Prestaciones ofrecidas por Suescun Relojeros
DESDE su inicio en el siglo XIV, los relojes públicos –con o sin campanas– han marcado el pulso de nuestras comunidades. Hasta el siglo XIX fueron indispensables, ya que las relojes personales de bolsillo, sobremesa o pared, fueron hasta entonces privilegio de las clases sociales acomodadas.
La imparable industrialización del siglo XX popularizó el uso de relojes en viviendas e individuos. En la actualidad, cualquier persona dispone a su servicio de varios aparatos –además de su reloj de pulsera– que miden el tiempo: ordenador, teléfono móvil, emisoras de radio y televisión…
La relojería pública ha dejado de ser, por tanto, imprescindible; sin embargo los relojes monumentales se siguen colocando en edificios, torres, fachadas… e innumerables espacios. ¿Por qué?
Tal vez porque no existe un servidor público más fiel, ni rentable. Trescientos sesenta y cinco días al año en servicio, veinticuatro horas al día trabajando… ni un segundo de descanso. Información fiable con solo levantar la vista, cómodo, cercano. Dispuesto siempre a congregar ciudadanos a su alrededor para celebrar… o recordar.
Un reloj público –más aún si posee sonería– además de marcar la hora nos habla del carácter de sus instaladores, de sus conocimientos, de su fortuna… Las viejas piezas… bellas, antiguas, son retazos de historia, testigos de lo que fuimos, profetas de lo que hemos llegado a ser. Los modernos relojes añaden iluminaciones espectaculares, diseños vanguardistas e información adicional: temperatura, datos atmosféricos, publicidad comercial… razones que justifican su presencia entre nosotros.
Los relojes monumentales son una forma de expresión, son el reflejo de la Sociedad, son parte de nosotros, nos hablan… párese un momento… mire y escuche